Llevaba tiempo queriendo escribir
una entrada hablando de esto y el otro día recibí uno de esos mensajes que me
recordaron por qué era necesario que lo hiciese. La chica (que era encantadora, todo
hay que decirlo), me preguntaba por qué mis últimas novelas ya no eran como
esas primeras que le enamoraron. En concreto, su preferida era «Otra vez tú». Y
la verdad es que me quedé pensando en qué contestarle, porque es una cuestión
que me hacéis muy a menudo y que siempre me deja un poco nostálgica, en el buen
sentido.
Para ser sincera, por mucho que
lo intentase, lo que escribo ahora no podría ser como lo que hacía hace seis
años porque ya no soy esa chica. No tengo veinticuatro años. No vivo en la otra
punta de la ciudad. No salgo a caminar a diario por las calles que antes me
inspiraban mientras escuchaba música. No tengo los mismos sueños, inquietudes o
problemas que me interesaban entonces. Decía uno de mis poemas preferidos de
Neruda: «La misma noche que hace
blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los
mismos», y creo que esto se aplica a todo en la vida. Pero, lejos de verlo
con tristeza, a mí me gusta pensar que he cambiado, que he superado algunas
cosas y que hay otras que se me siguen resistiendo, que mis prioridades han variado
tanto que a veces me sorprendo a mí misma (admiro a la gente que se conoce tan
bien como para que nunca le ocurra esto, pero no es mi caso), y ahora tengo
otras metas, mucho menos tiempo libre, y me tomo las cosas de forma diferente.
Por cambiar, han cambiado también
mis gustos. Hay novelas que me enamoraron hace años y que actualmente me da
miedo releer porque tengo el presentimiento de que no me gustarán tanto como lo
hicieron en su momento. Y esto me ha pasado con películas. Y con canciones.
Incluso con la gente que me rodea.
Pero no es malo. No lo es.
Todos nos nutrimos
a diario del entorno, de lo que nos llega, de los golpes y las alegrías que
encontramos en el camino. Sería decepcionante echar la vista atrás y que uno permaneciese
inalterable mientras el resto del mundo gira y muda de piel al paso de las
estaciones. No entiendo por qué a veces se ve como algo negativo que alguien
«cambie de opinión». A mí me parece que hacerlo es de valientes. No me gusta aferrarme
a pensamientos o ideas sin molestarme en quitarles el polvo de vez en cuando y
sacarles brillo. Tampoco soy una persona orgullosa como para que me cueste
admitir que me he equivocado en muchas ocasiones o que, si volviese atrás,
haría algunas cosas de otra manera.
Lo que quiero decir con todo esto
es que, por mucho que ahora quisiese hacerlo, no podría escribir las novelas
que ya están acabadas. Incluso la última que terminé hace un año sufriría
muchos cambios si ahora la empezase desde cero (de hecho, ya he enloquecido un
poco corrigiéndola). Y mi percepción de las cosas cambia. Yo cambio cada día.
Lo que escribo también lo hace. Habrá lectores que me acompañen durante todo el
recorrido (partiendo de que es normal que unas novelas gusten más que otras),
algunos que ya no conecten con lo que hago y un puñado que llegaron después y le
sucede al revés, que no me reconocen cuando buscan esas primeras novelas. Lo
cierto es que soy yo en todas ellas, simplemente durante diferentes etapas.
Cada una la escribí en un momento en el que necesité hacerlo; me hicieron
crecer, aprender y también encontrarme otros tantos obstáculos que aún sigo intentando saltar.
Comprendo que uno busque en los
autores que sigue eso que tanto les gustó de ellos la primera vez que se
sumergió en uno de sus libros, pero cada novela es un mundo. Y al final las
expectativas o ir con la idea de que vas a encontrarte algo concreto solo encorsetan. Pero creo que lo mismo nos ocurre a
los que estamos tras el teclado si nos obsesionamos con la idea de gustar a
todo el mundo en lugar de hacer lo que en ese momento te tira. Y sí, digo tirar porque así es como a veces lo
siento, algo interior que empuja y te dicta lo que tienes que escribir, aunque en
ese momento te haya ido genial escribiendo comedia o a pesar de que todo sería
más fácil si siguieses una línea muy cerrada. Reconozco que yo caigo en esto a veces; ya en su día estuve a punto de no publicar «El chico que dibujaba constelaciones» por mera inseguridad y, ahora mismo, cuando pienso en el proyecto que tengo entre manos tengo que recordarme que el proceso de escribir, los meses tras el teclado, siguen siendo solo míos y todo lo demás... ya se verá.
Volviendo a esto de
«cambiar» (hasta la palabra es bonita, menos en lo referente a cambiar pañales; perdonadme el chiste, será
la falta de sueño), no entiendo por qué se señala al que lo hace en lugar de alabarlo.
Y esto ocurre especialmente en las redes sociales, donde parece que si
un día dices que te encanta el pollo con almendras y al siguiente que te has
hecho vegetariano eres un hipócrita. No, lo que soy es humana, no un robot al que programaron un día y está destinado a ser así para siempre (me ha venido otro chiste al caer en la cuenta de que hasta los robots se actualizan). Lo importante es que tenemos derecho a cambiar. En todo. En ideas políticas, en los gustos literarios,
en lo que te apetece escribir, en la decisión de ser madre, depilarte, comer ciruelas, casarte o en cualquier otra cosa. Y a mí me parece que hacerlo es avanzar y muy necesario. Sin miedo.
Sé que no tiene mucho sentido
esta entrada para lo que quería explicar sobre que probablemente nunca
escribiré «algo como x». Quizá sí. Quizá algún día me apetezca hacer algo
parecido. O no. Puede que jamás se dé el caso. ¿Quién sabe? Hoy sé lo que
quiero plasmar, los temas que más me llaman y me hacen quedarme por la noche
pensando y dándole vueltas a las ideas que llegan. O las estructuras que me
apetece probar. Pero creo que lo mismo nos ocurre como lectores. No es
necesario seguir leyendo a un autor porque «hace años te gustaba». Por suerte,
hoy en día hay un montón de gente con talento esperando a que alguien les dé
una oportunidad a sus novelas y se enamore de lo que esconden.
Así que cambia. No hay nada más
liberador que saber que no tienes que seguir siendo por norma la persona que
crees que eres y que aún te queda mucho por descubrir(te).
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